Shakespeare entre nosotros | Cartas Gratis

2021-12-14 21:24:37 By : Mr. Tianniucrystal TN

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Para Harold Bloom, el hombre moderno proviene de Shakespeare: de las complejidades de sus personajes, asegura, nació una forma moderna de ser humano. La vitalidad que hoy conserva el teatro de Shakespeare parece coincidir con el profesor de Yale. El éxito de los recientes montajes mexicanos de Ricardo III y Coriolano confirma que sus retratos de hombres que buscan el poder todavía tienen algo que decir a un público para el que la práctica política es inseparable de la ambición y la fatalidad. En este diálogo, los directores encargados de llevar ambas obras al escenario discuten sus resonancias en la realidad nacional.

Mauricio García Lozano: Leer a Shakespeare con la mirada del presente es bastante sencillo. No es solo su discurso amoroso el que se ha mantenido sino también el político, hasta el punto que parece que poco o nada de lo que da sentido a la política y al ejercicio del poder se ha movido en cuatrocientos años. Instalarlo en el siglo XXI pasa entonces por el problema de encontrar la manera de abordar la enorme cantidad de paralelismos que existen entre estos personajes y los personajes que habitamos y con los que convivimos hoy, en la forma en que nos relacionamos con el poder. Como director de escena, tienes que poner el eje aquí o allá. Lo que me impresionó de Ricardo III fue ver hasta qué punto estos personajes, envueltos en sus discusiones en los pasillos y su pasión por la ambición y la supervivencia, de repente podían parecerse tanto a los protagonistas de las campañas que vimos en México en 2012. El final de el tercero Un acto, por poner sólo un ejemplo, es lo que conocemos como "un mitin de los transportistas": Ricardo soborna al alcalde para traer gente y así gana el apoyo popular. Entre la multitud no hay nadie a quien convencer porque todos han sido precomprados. ¿Cómo no ver esos paralelos?

David Olguín: En las tragedias de Shakespeare la visión autoritaria, el poder absoluto, funciona como un buen mecanismo para traerlo al presente. Baste decir que "Dinamarca es una prisión" y un espectador de los países del Este, en los años cincuenta, no necesitaba mucho más para actualizar la obra. En cambio, Coriolano retrata las tensiones propias de un intento de democracia, donde el capitolio se convierte en un escenario de discusión pública y hay intereses legítimos de parte de los tribunos pero también de los senadores y patricios. Todos tienen intereses de clase y ese enfrentamiento de ideas es muy parecido al presente mexicano, donde vemos intereses legítimos de muchos actores políticos, una sociedad que quiere participar y también un pequeño círculo que quiere gobernar sin ciudadanos. De esta manera, Shakespeare plantea muchas de las preguntas que nos hacemos sobre nuestras frágiles democracias y que seguramente fueron las que estaban operando en su tiempo: si puede haber democracia para un pueblo hambriento, sin desarrollo económico ni educación.

Mauricio García Lozano: Otra decisión importante para montar Shakespeare hoy es qué traducción usar, qué adaptaciones hacer. Para mi montaje utilicé la traducción de Alfredo Michel Modenessi, quien es uno de los eruditos de Shakespeare más importantes que existen. Lo que tiene Michel es que sus versiones son muy musculosas, con un lenguaje muy accionable, porque están diseñadas para ser interpretadas. Esto hace que la obra sea muy vital en términos de su idioma. Ricardo III es una obra muy larga: la segunda más larga después de Hamlet. Es un compendio de la historia de la Inglaterra del siglo XV, pero estaba mucho menos interesado en contar esa historia y mucho más en resaltar sus resonancias actuales. Entonces hice muchos cambios. De hecho, mi adaptación no serviría para ser publicada porque solo funciona en relación con esta puesta en escena.

David Olguín: En el caso de Coriolano hay cosas que obedecen a la lógica de la época de Shakespeare: por ejemplo, las descripciones de Roma que ya no son exóticas para el espectador contemporáneo. También hay que tener en cuenta que el público isabelino estaba distraído, más atento al desorden de asientos, y los dramaturgos de esa época se vieron obligados a ser repetitivos. No veo forma de evitar una adaptación en estas condiciones. Tomar posesión del lenguaje es parte de esa dinámica. Cuando se quiere llevar a Shakespeare al escenario, existe la tentación de hacerlo coloquial, de utilizar giros que pueden ser cercanos al espectador, pero creo que son tentaciones que hay que evitar. Para mi montaje partí de la traducción de Otto Minera, que es muy teatral, aunque también consulté la de Nuestro Clásicos de la unam, que es más literaria. Llegué a una apropiación donde me permití incluir, además, un breve extracto de Rousseau, Voltaire y Rosa Luxemburg.

Política y persuasión

Mauricio García Lozano: Da la impresión de que en Ricardo III no hay un uso recurrente del lenguaje persuasivo y que el poder solo se obtiene a través de la violencia y el soborno. Si lo comparamos con Julio César donde Marco Antonio, a través de la teatralidad y un impecable lenguaje de la retórica, logra conmover a un pueblo ante el asesinato de César, Ricardo III parece una obra más elemental. Como la discusión se desarrolla entre los poderosos, no vemos, en un principio, un personaje al que el protagonista necesite persuadir si no está en el punto de amenazas, terror y gratificaciones. Pero eso se debe a que la verdadera persuasión no se da entre personajes sino entre el protagonista y el público. Ricardo logra convertir al público en cómplice de sus fechorías. Su recurso es convertir su cinismo en una especie de honestidad, abrirse, decir: este soy yo, esto es lo que voy a hacer y, luego, mira lo bien que estoy. Hay algo seductor en ese lenguaje que convence a un público de que en principio deberían estar en contra de un personaje de estas características y que, sin embargo, están de su lado durante gran parte de la obra. En los monólogos de Ricardo durante el primer y segundo acto, Shakespeare apuesta por la honestidad de lo horrible como recurso persuasivo.

David Olguín: Además de obtener el poder, debemos mirar la forma en que Ricardo conquista a las mujeres porque apela a una persuasión corruptora.

Mauricio García Lozano: Efectivamente, esta es la única forma de entender esas escenas con Ana e Isabel, en el primer y cuarto acto. La forma en que convence a las mujeres revela la sabiduría de un político, la inteligencia de quien previamente toma una radiografía del enemigo y se dirige a lo más bajo de la naturaleza humana. Ricardo comprende la situación de Ana - una mujer huérfana - y apela a la gran escena: o me amas o me matas. Ana entiende que para sobrevivir tiene que aceptar. Ella es inteligente y sabe que no hay otra alternativa, pero Ricardo tiene que venir a montar un gran escenario - sacar la espada y ponerla en un dilema - para que Ana esté convencida de que ella también la tiene en sus manos. Por eso el gran momento es cuando Ricardo le ofrece el anillo, porque ahí Ana entiende que, en efecto, ya tiene garantizado su futuro.

¿Escéptico del poder?

Mauricio García Lozano: Shakespeare escribe mucho sobre los reyes y la historia de la Inglaterra del siglo XV, una historia que lleva a la reina que le paga. De hecho, Ricardo III también se puede leer como un panfleto a favor de los Tudores: finalmente es Enrique Tudor, el abuelo de Isabel, quien pone fin al conflicto entre York y Lancaster. Me parece que buena parte de esas tragedias históricas le importaban al público y a Shakespeare le importaba que se reflejara. En otras palabras, era una historia relativamente reciente y, desde un punto de vista de apreciación patriótica, brindó a los espectadores una forma de saber de dónde venían y por qué podrían estar mejor ahora que antes. En esa medida, hay en Shakespeare una búsqueda para ponerse del lado de un poderoso y, por lo tanto, no estoy tan seguro de si es o no un escéptico del poder en las obras históricas que van desde el Rey Juan hasta Ricardo III, aunque es de manera evidente en Coriolano.

David Olguín: Más que un escéptico, Shakespeare me parece un realista. Por eso hay que leer como comentario irónico el hecho de que sea Claudio, el asesino del padre de Hamlet, quien pueda dar un discurso sobre la responsabilidad del poder. Shakespeare no tiene esa visión hobbesiana del Leviatán de que necesitamos al estado porque de lo contrario nos destrozaríamos y, a cambio, siempre ofrece un contrapunto luminoso. Esto es muy claro en La tempestad, que aparentemente es la reconciliación de Shakespeare con el mundo. Prospero sabe que para salir de la isla y regresar al continente tiene que romper la varita mágica. Ha logrado establecer un pequeño paraíso en su isla, pero es consciente de que es necesario volver al mundo, aunque eso signifique reencontrarse con lo que lo expulsó de Milán: la traición política de su hermano. Como puede verse, Shakespeare ofrece maravillosos contrapuntos: la luz y la oscuridad, la ambición desmedida y los grandes gestos humanos. En ese sentido tampoco se podría decir que Shakespeare fue simplemente un escéptico de la naturaleza humana cuando existe la oración del hombre que Hamlet hace evocando la del Pico della Mirandola. En Shakespeare el poder no solo se manifiesta en usurpaciones, asesinatos, engaños. También hay valores positivos. Está claro en Coriolano, en Timón de Atenas, en Julio César. La crítica ha caracterizado a Coriolano como un hombre ingenuo que se entrega, pero teniendo en cuenta la relación que tiene con su madre, lo que en realidad hace Coriolano en el escenario de la súplica es asumir una posición trágica. Ella lo entrega a la muerte y él intenta un último movimiento, manipular a los volscos, pero no funciona, como siempre cuando intenta hacer política. Y sin embargo es la madre quien tiene la visión del Estado. Ella tiene todo preparado para que Coriolano llegue al poder, el problema es que el hijo tiene una idea de poder que excluye al otro y eso lo hunde cuando ya está en la cima.

Mauricio García Lozano: La gran virtud de Shakespeare, en mi opinión, es su habilidad para hacer humanas hasta las piedras. Lo maravilloso es que uno puede estar viendo a un personaje de una esfera tan lejos de la suya, ya sea un rey o un esclavo, y no puede evitar reconocerse en él. Sigue asombrando la forma en que logra identificar al espectador con los personajes que aparecen en el escenario a través de una revelación muy profunda de la materia humana. A uno, como director de escena, le pica cuando dice que va a montar a Shakespeare, porque eso significa, al trabajar con los actores, descubrir el poder, la vitalidad y la humanidad inagotables que poseen los personajes.

Mauricio García Lozano: La realidad política de México con sus traiciones, cinismo desmedido, medias verdades, manipulación, mítines falsos, infiltrados, etc., sin duda puede reflejarse en Shakespeare. Si bien su deformación es común a todos los seres humanos, en México parece muy cínicamente visible, por lo que si uno ve estas historias a través del filtro de nuestra realidad, la experiencia se vuelve dolorosa y a la vez importante. Shakespeare se convierte en una forma emocionante y animada de reflexionar y conversar sobre lo que nos está sucediendo. Estoy convencido de que la gente que ha visto estas obras se conmueve porque su realidad es reconocida y reconocida.

David Olguín: Ante los sangrientos hechos ocurridos en México en 1994 –Ruiz Massieu, Colosio–, Octavio Paz dijo: "Esto es Shakespeare". Y está claro que cuando Paz hizo esa declaración, cualquier tragedia de Shakespeare era un manual de política mexicana. Las cosas son un poco diferentes hoy y creo que lo que hace de Shakespeare nuestro contemporáneo es el análisis de la barbarie, la violencia y cómo una sociedad políticamente corrupta puede engendrar monstruos todo el tiempo. Es la imagen, por ejemplo, del Rey Lear: un ciego guiando a otros ciegos, un loco guiando a otros ciegos. Una vez que se pierde la brújula de la autoridad, se genera un Estado que permite la irrupción de la barbarie y la descortesía. Creo que ese es también el gran tema de Shakespeare que retrata la situación en la que nos encontramos en México.

Mauricio García Lozano: Esta irrupción de la barbarie que mencionas también está presente en Ricardo III. El poder que se ejerce o no se ejerce provoca muertes, algo que quería resaltar en mi montaje. Para mí Ricardo III es una obra que trata de los cadáveres que asume la ambición política y sobre los que andamos. Independientemente de que fueran nobles, la obra termina plagada de muertos, inocentes y no. Hay, por supuesto, gente que mereció morir -como Buckingham- y otras que no -como los niños o la propia Ana-, pero en todo caso el cementerio que vemos al final se debe fundamentalmente a que alguien quiere tomar el poder a su antojo. lugar. Esta explosión de barbarie, que se debe a la búsqueda excesiva de poder, es similar a la que estamos viviendo ahora. Quizás el escenario shakesperiano de intrigas y traiciones tenga más que ver con el México de hace veinte años, pero la sensación de caminar sobre un campo de muertos -causada, insisto, por torpezas y ambiciones políticas- es la del México de hoy. . ~

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Shakespeare: el abismo del poder